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Estúpidos, necios... Llámenlos como quieran pero son una amenaza ellos y quienes les siguen

 

Los niveles de idiotez que muestran sectores decisivos de la sociedad alertan de que estamos ante un problema extremadamente grave que analizar sin demora. Llámenlo como quieran, en definición despojada de insultos, pero lo cierto es que millones de personas actúan de forma irracional, carentes de valores y de escrúpulos y buscan y encuentran a quienes les representen políticamente.

Me dirán que ha ocurrido siempre, que para eso nació la Ilustración, tratando de arrancar el oscurantismo. Cierto, pero ahora aun con muchos más medios para el conocimiento, la plaga se extiende y adquiere una pujanza inaudita a través de su presencia en redes y en toda cuestión opinable. Orgullos de sí mismos, los antivacunas, anticiencia, fascistas, egoístas, insolidarios, obtusos, faltos de razón y memoria –busquen ustedes la gradación que les encaje- pueden cambiar el curso de un país e incluso de la historia. Son hoy una amenaza capital.

No es una broma, ni una exageración. Gente capaz de creer en lo más inverosímil. Y actuar en consecuencia. Cientos de seguidores del movimiento ultraderechista QAnon se reunieron en Dallas hace unos días esperando la resurrección del hijo de Kennedy, que murió en un accidente de avión hace 22 años. Estaban convencidos de que aparecería para anunciar la vuelta de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Aquel por quien asaltaron el Capitolio en enero.

Es un extremo, pero hay más. Están los de echarse a la calle en violentos disturbios porque no se quieren vacunar o no sufrir restricciones que eviten contagios o los que buscan teorías de una conspiración que enmascare lo que son incapaces de entender.  

El problema se agranda cuando los irracionales llegan a marcar y amenazar la política o aspectos vitales como la salud de todos. Y cuando son usados para pervertir la convivencia. Los factores que concurren diluyen los principios democráticos al punto de asistir impotentes a esa brecha tóxica que se le ha colado a la democracia misma precisamente por su amplitud de miras. Es preciso detectarlo y aplicar los mecanismos del propio sistema de libertades.

Parte del texto de: Viaje al epicentro de la estupidez

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