Si en 2021 seguimos repitiendo la consigna de ‘No Pasarán’ no es por gusto, os lo aseguro. No tenemos ningún apego a la nostalgia, la cual es una trampa para pensar que tiempos pasados fueron mejores cuando no es así. Tampoco vivimos mejor en la confrontación ni tenemos ninguna ilusión especial por parecer siempre enfadados. Si volvemos al ‘No Pasarán’ es porque hay una alerta ultra, porque la democracia está más en peligro que nunca, porque las minorías están volviendo a perder derechos y libertades, porque la extrema derecha se está normalizando en el tablero político y porque la derecha tradicional ha decidido quitarse la careta y mostrar su franquismo sociológico.
Por suerte, en el Parlamento español los ultras todavía no han pasado. No tienen acceso al BOE, que al final es donde más se decide el día a día de los ciudadanos, aunque sí tienen capacidad de decisión en gobiernos autonómicos. No solo eso. También llevan años marcando la agenda política y mediática y han escorado tanto a la derecha el espectro político que, propuestas socialdemócratas, hoy las venden como si las hiciera Lenin asaltando el Palacio de Invierno. La pregunta es, ¿por qué ha cambiado tanto el escenario en tan pocos años? Es sencillo. Porque en los medios de comunicación de masas sí han pasado. Y con alfombra roja.
Han pasado cuando deciden qué analistas políticos debaten en prime time. Si despiden a periodistas no es porque su discurso sea antidemocrático, ni siquiera revolucionario, sino porque se encargan de señalar a la extrema derecha como un peligro para los avances sociales, para la democracia y los derechos de las minorías. Pero, para las grandes empresas que gestionan los medios de comunicación, VOX es un partido que mira por sus intereses y que, además, tiene la llave para que gobierne la derecha. Ellos quieren fingir pluralidad, claro, pero todo tiene un límite. Ese límite es que no afecte a sus negocios.
Han pasado cuando se permite que el partido de Santiago Abascal señale al editor de la revista satírica El Jueves, en una práctica propia de los nazis, y no suceda nada, más allá de cuatro tuits de condena. Que no se exijan responsabilidades y que la prensa lo haya pasado por alto o como una anécdota, es otra muestra del beneplácito que confieren a esta formación ultra las grandes empresas de comunicación. Eso sí, si en algún momento le sucede algo a esta persona serán los primeros en preguntarse “¿cómo hemos llegado a esto?”, cuando no es tan difícil atar cabos. La sorpresa es más rentable que la condena.
Han pasado cuando desde la televisión se cuestiona si el asesinato de Samuel en A Coruña fue un delito de odio y se pone en duda el testimonio de sus amigas. No es que sea negativo que se espere a la actuación policial y judicial, sino que en otros casos tienen menos dudas a la hora de creer a los testigos. En el famoso “crimen de los tirantes”, donde se dijo que se había asesinado al ultra Víctor Laínez por llevar unos tirantes con la bandera española, se demostró que no llevaba tal prenda de ropa, pero los medios se encargaron de difundir que sí y no les importó la realidad. Si consiguieron hacer creer a la sociedad que había sido un crimen contra un pobre señor por amar a su país, ¿cómo no van a ser capaces de eliminar el componente homófobo del asesinato contra Samuel? Eso sí, después pondrán el logo de su cadena con la bandera arcoíris.
También pasaron cuando consiguieron que el programa de humor El Intermedio se disculpara por un sketch donde se sonaban los mocos con una bandera de España. Y no lo logran porque convencen al humorista o al presentador del poco gusto de la broma o la posible ofensa, sino presionando a grandes empresas para que retiren su publicidad de la cadena televisiva, lo cual demuestra quiénes son realmente los dueños de la información y que el dinero decide qué es noticia y qué es humor. Al igual que pasaron cuando se invitó a Santiago Abascal al programa El Hormiguero a “divertirse”; cuando se permite que personajes de la talla de Eduardo Inda estén constantemente en televisión pese a su historial de condenas y falsedades… En definitiva, pasaron en el momento que la gran mayoría de las audiencias de radio y televisión pertenecen a tres grupos mediáticos (Mediaset, Atresmedia y PRISA).
Estos medios pertenecen a grandes empresas, tanto nacionales como extranjeras, y tienen, prácticamente, la capacidad de influir en la vida política y social de este país. Son ellos los que han decidido que VOX es un partido más. Son ellos los que han decidido que exista retroceso en los derechos y los servicios públicos. Son ellos los que han decidido que crezca la desigualdad y la precariedad. Son ellos quienes no quieren que se regule el precio de los alquileres ni se eviten los desahucios. Son ellos quienes quieren ciudadanos asustados y ciudades llenas de alarmas y cámaras de seguridad. No les ponemos cara, no les votamos en elecciones, no creemos darle ese poder, pero lo tienen. Exijamos responsabilidades a los políticos, pero va siendo hora de reclamar responsabilidades a los grandes medios y que paguen también por su complicidad.
Eduardo Galeano, en una conferencia ofrecida en México dijo que “nunca tantos han sido incomunicados por tan pocos”. Añadió que “la dictadura de la palabra única y la dictadura de la imagen única son mucho más devastadoras que la dictadura del partido único”. Así es. En el momento que permitimos que la televisión fuera un agente socializador más, en algunos casos el primero, le dimos el poder de decidir sobre nuestras vidas. Nos sentimos ciudadanos libres, pensamos que vivimos en un mundo plural y multicultural, pero los medios fabrican seres dóciles y homogéneos. Los medios nos pueden hacer creer muchas cosas: que necesitamos una alarma o un seguro para proteger lo que no tenemos, que VOX es un partido democrático y el Psoe comunista, que Pablos Motos es gracioso y Vallés y Ferreras periodistas rigurosos. Terrible.
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