En España ni existe comunismo, ni existe un problema de identidad nacional; Lo que existe, es un problema con la extrema derecha.


En la noche electoral en la que José María Aznar alcanzaba el gobierno de España por mayoría absoluta en el 2000, ocurrió un acontecimiento importante. Afirmaba en su círculo cercano que con su victoria aplastante cerraba la Guerra Civil para los españoles. Gracias a él se superan los traumas de aquel 1936 y perdonaba a la derecha su responsabilidad durante el franquismo. El momento, que relata Antonio Maestre a la perfección en su libro "Infames", suponía la construcción del nacionalismo español moderno, blanqueando el franquismo, incluso modernizando la cultura franquista y desatándose por completo en los últimos años de forma radical y desacomplejada. Figuras como Alberto Rivera, Pablo Casado, pasando por Isabel Díaz Ayuso y Martínez Almeida, y terminando por personajes más siniestros y fanáticos como Santiago Abascal.

La irrupción de la extrema derecha en el Congreso de los Diputados después de más de 38 años supuso un antes y un después en la política española, sacudida después de los escándalos por terrorismo de Estado (GAL) y por ETA, durante gran parte de los años en Democracia. Los resultados de este movimiento han sido varios: en primer lugar la casi desaparición de Ciudadanos, embullidos por el discursos violento y nacionalista, e incapaces de encontrar su espacio en el panorama nacional. En segundo lugar, el endurecimiento del discurso del PP, incapaz también de posicionarse como una alternativa de gobierno conservadora no reaccionaria. Los bandazos de Casado han sido varios en los últimos meses, el último, durante la fracasada moción de censura presentada por VOX, en la que un Casado con liderazgo, rompió los puentes con Abascal, en lo que sería la penúltima representación teatral para mantener viva una base electoral que se tambaleaba.
Pero llegó Ayuso, con este tono "trumpista" facilón, que salvó a Casado de la ruina absoluta. Ayuso acabó con Ciudadanos de un golpe (de 26 a cero diputados, algo insólito en nuestra democracia) y desequilibró a un PSOE que comienza a achicar agua de su navío en unos momentos en donde el desafío catalán vuelve a aparecer en el horizonte para terminar de rematar. Nadie es capaz de proponer un plan alternativo que no sea la reconciliación y el entendimiento. Parece frustrante.

La extrema derecha y la derecha populista en el fondo saben convivir en connivencia perfectamente. Siempre lo hicieron: tienen su mismo origen y mantienen vivas sus mismas creencias. Para ello, el enemigo está dentro de "su" patria, y es la izquierda.
Al igual que durante los años 30 los conspiracionistas supieron introducir en gran parte de la sociedad y en el Ejército (mediante, principalmente la UME, y los gilroblistas, carlistas y monárquicos) la idea del peligro que suponía el establecimiento de un sistema soviético en España, cosa absolutamente falaz como han demostrado varios historiadores modernos en los últimos años, especialmente Ángel Viñas (recomendable leer su último libro "El gran error de la República"), en esta ocasión, y casi noventa años después el discurso ha cambiado tan sólo ligeramente: no existe la URSS, pero existe Venezuela, la excusa perfecta. El miedo a establecer sistema bolivarianos, comunistas, vuelve a impregnar el discurso falto de rigor, simplista, y sin ninguna visión objetiva de los acontecimientos históricos presentes. Cientos de bulos (como aquellas octavillas que repartía la UME entre los militares entre 1934 y 1936), portadas de periódicos (como las que dedicaba el ABC antaño para calentar el ambiente prebélico en la sociedad republicana), y horas y horas hablando del peligro de la "anti-España" que representa este Gobierno de coalición (como aquellos dirigentes Cedistas del bienio radical).

La realidad es muy diferente. Bastante diferente. Ni existe comunismo (por mucho que algunos se empeñen), ni existe un problema de identidad nacional.
Lo que existen son unas desigualdades sociales que sonrojan a cualquiera, una tasas de paro de juvenil que imposibilitan el crecimiento, y un maltrato de los servicios públicos en las diferentes autonomías gobernadas por la derecha radical que son incompatibles con la Constitución. Lo que existe es un ocultamiento de los delitos fiscales de Juan Carlos I, y lo que existe, principalmente, es un problema con la extrema derecha. España nunca ha dejado de tener este problema. Y es un problema delicado, en unos momentos de desencanto social, y de desinfle de la izquierda, que incapaz de responder, asume perplejo al resurgimiento de debates estériles, propios de siglos pasados, insuficientes, faltos de rigor, y absolutamente repugnantes en una sociedad del siglo XXI. La ultra derecha vuelve a poner la mirada en las clases más desfavorecidas (sobre todo después del efecto Covid) para rearmar su discurso enloquecido, señalando problemas donde no los hay, y culpando a la izquierda de todos los males de España. Usa a los más vulnerables, no para ayudarles, sino como instrumento para llegar al poder, y una vez dentro de las instituciones, desestabilizar el sistema y aparato democrático. Son pocos los conservadores que se han puesto en pie de guerra frente a este discurso bárbaro (lo hemos visto estos días en la Asamblea ceutí), y muchos los que, últimamente, compran parte de este enloquecido discurso bajo una imagen de centralidad. Pero nada más lejos de la realidad: alcaldes que retiran versos de Miguel Hernández, y colocan estatuas de legionarios rebeldes. Presidentas que cierran centros de atención primaria y despiden a más de 2000 sanitarios. La guerra de la derecha tiene un mismo fin: derrocar a la izquierda, y convertir España en lo que siempre fue, su particular territorio donde prime el saqueo de las arcas públicas y la imposición de un sistema privatizador que acabe y destruya el sistema de servicios públicos que tantos años ha costado defender. Aunque parezcan diferentes, en realidad caminan juntos. bajo un mismo objetivo y bajo un mismo prisma ideológico cuasi-falangista que cala en determinados estratos de la sociedad.

La izquierda tiene un desafío muy grande, difícil, a priori, casi imposible, con unos medios afines a la lucha ultra reaccionaria. La desaparición de Pablo Iglesias ha supuesto un cambio en el tablero que, los muy cortoplacistas, no son capaces de analizar. Sin embargo, su retirada tiene, de lejos, un componente de luz y de esperanza. Habrá quienes vean en esto, algo romántico, pero la verdad es que el rearme de Podemos con Ione Belarra a la cabeza tiene los pasos bien determinados. El futuro se llama Yolanda Díaz, y el camino se apellida feminismo. Podemos ha aguantado más o menos con dignidad las diferentes embestidas de los poderes mediáticos, que han bombardeado por tierra, mar y aire a la organización, importando nada cómo hacerlo. Pero aguanta. Y aguanta, simplemente por su militancia. La militancia de Podemos es ejemplar. Y es ahí donde la organización morada está preparando su segundo asalto.

Podemos no surgió para ser una fuerza más en el panorama. Podemos surgió para gobernar y cambiar las estructuras convencionales de un Estado decrépito y, en muchas ocasiones, corrompido (no hay más que echar un vistazo en el Ministerio del Interior). Decía hace años Pablo Iglesias en un discurso que la obligación de un revolucionario es siempre ganar. Pues bien, la obligación de un militante de Podemos es también siempre la de ganar. Conquistar derechos sociales, convenciendo, ilusionando, sin renunciar un ápice al programa, y lo más importante, sin renunciar al concepto de patria. No se puede ganar un país como éste sin renunciar a este concepto. Y éste es el gran reto que tiene por delante Podemos.
El poder no tiene miedo a la izquierda, tiene miedo de la gente. Por eso mostraron su preocupación durante el 15M (y por eso durante estos días diferentes medios, periodistas y políticos radicales han hablado tan mal de aquellos dias durante este décimo aniversario).
Tienen miedo de la gente cuando encuentran un punto de encuentro. Y ese punto de encuentro, sigue siendo Podemos. Por eso estuvieron durante 5 años acribillando día sí y día también a Iglesias, incluso amenazando a su familia, incluso soportando en las puertas de su casa a cientos de manifestantes, en lo que se ha normalizado como una de los hechos más vergonzosos de nuestra historia reciente. La normalización de la violencia, el gran éxito de la extrema derecha y sus secuaces.
Pero no era Pablo Iglesias el problema. El problema es Podemos. Para ellos el problema es la organización en sí. Su desaparición es su causa y su objetivo, y es por ello que hoy más que nunca está en juego algo más que un "estoy decepcionado". Está en juego tu propia forma de convivencia que nuestras madres y padres tanto tuvieron que pelear para mantener. La defensa sin fin de los valores fundamentales de cualquier sociedad moderna: tolerancia, respeto, igualdad, trabajo y vivienda digna y unos servicios públicos que coloquen a España en la vanguardia mundial.

En una sociedad de incongruencias, de decepciones simples, a veces ridículas (nos decepciona la izquierda por sus movimientos tibios, pero no los más de 30 años de corrupción endémica, eso se nos olvida rápido), se nos olvida que el camino es largo y tedioso, pero posible y real como la vida misma. En una sociedad basada durante años en el individualismo tenemos que reivindicar la solidaridad. Tan sólo hay que tener actitud ganadora, ilusión, voluntad y cohesión. El problema de la extrema derecha sólo tiene una solución: encontrar la fuerza suficiente para acometer las medidas sociales que todos los ciudadanos necesitan para vivir mejor. Es decir, solidaridad.

Y he aquí, que ha llegado un momento en nuestra Historia en donde los caminos se vuelven a cruzar, y hay que elegir: Odio, enfrentamiento y privilegios para los más ricos, o derechos sociales, pluralidad y convivencia. Racismo y machismo, o tolerancia y más feminismo. Privatizaciones y desigualdad, o servicios públicos y DIGNIDAD. El 13 de junio verás muchas banderas y mucho discurso Maquiavelo ensalzando el patriotismo baratero, mientras esconden nuestras miserias debajo de la alfombra. Pero al otro lado, ese mismo día, curiosamente, también podrás ver otra forma de entender nuestra patria desde el consenso, la tranquilidad y la ilusión. Sólo por el pasado sangriento que ha soportado este país, merece la pena apostar por los segundo.

No hay más camino. Por mucho que sientas tu decepción, otro país es posible. Una vez lo soñamos, y yo, sinceramente, lo sigo soñando. Y merece la pena seguir intentándolo. Siempre. Nos va mucho en ello.


El problema de la ultraderecha

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