Periodismo precario; Periodistas lacayos

 

La vocación por el periodismo se te quita entrando en la facultad. Cuando llegas piensas que el periodismo es la búsqueda de la verdad, con los diferentes enfoques y líneas editoriales que deben tener cabida en una sociedad democrática. Si no se puede encontrar la verdad, porque nunca es absoluta, uno se conforma con detectar las mentiras. Sin embargo, lo primero que aprendes, porque así se te dice con decenas de señales explícitas o implícitas, es que ser buen periodista es sinónimo de entrecomillar mucho, que se vea poco el criterio propio y, por supuesto, cero opiniones. La opinión, el análisis o el criterio propio son impedimentos para encontrar trabajo.

En una sociedad llena de precariedad donde ni siquiera ir a la universidad te garantiza un empleo, no digamos ya si estudias periodismo, es fácil adaptarse a esta máxima del periodismo entrecomillado. O te adaptas o te extingues, y la gente tiene el vicio de comer tres veces al día. Periodistas incluidos.  Si a esta formación acrítica que se imparte en las facultades, donde se te dice desde el primer curso que el buen periodista es aquel al que no se le nota lo que piensa, se le suma la precariedad de la profesión y el miedo a ser despedido, en caso de haber tenido la fortuna de encontrar trabajo, lo que tenemos es una profesión de entrecomilladores. Mentiras incluidas.

El fascismo se ha valido del periodismo entrecomillado para lanzar sus bulos, su odio y poner en la diana a sectores vulnerables de la población. ¿Cómo puede ser que un medio de comunicación afirme que las competencias de las residencias de ancianos de la Comunidad de Madrid son de la Vicepresidencia Segunda del Gobierno de España que lideraba Pablo Iglesias, como ha hecho este mismo lunes Ana Rosa Quintana, la presentadora del programa líder en audiencia de las mañanas, y que nadie le imponga una sanción por gestionar de forma fraudulenta un derecho fundamental como es el derecho a la información?

¿Cómo puede ser que haya medios de comunicación que entrevisten a Isabel Díaz Ayuso, pasó este fin de semana en El País, y se publique la literalidad de una respuesta de ésta en la que afirma que en todas las comunidades autónomas han dimitido consejeros o directores generales de Salud por la gestión de la pandemia, con el intento de no tener que hablar de los motivos por los que dimitió la directora general de Salud Pública de la Comunidad de Madrid? ¿Cómo se puede publicar y entrecomillar la mentira?

¿Cómo la profesión periodística se ha podido permitir lanzar informaciones en las que se afirmaba que Podemos quiere ocupar todas las casas de España después de que Abascal o cualquier líder de Vox hayan hecho esta afirmación en un acto público? ¿Cómo es posible que los grandes medios de comunicación, que reciben publicidad institucional de forma generosa,  se hayan convertido en un problema central para la seguridad de los menores extranjeros no tutelados por haber llevado a portadas mentiras y señalamientos de la ultraderecha?

¿Cómo es posible que haya periodistas que piensen que su obligación es replicar lo que dicen otros actores políticos sin mirar antes si esos datos son ciertos o falsos y a quién se pone en la diana si se publican? ¿Cómo es posible que la vicepresidenta de la Generalitat Valenciana, Mónica Oltra, lleve más de un año sufriendo bulos que se hacen virales y que la culpan de un delito de abuso a menores que ha cometido su exmarido? ¿Cómo es posible que haya medios de comunicación que cuestionen los datos de madrileños fallecidos por Covid enviados diariamente por la Consejería de Salud al Ministerio de Sanidad? ¿Cómo es posible que haya gente tan segura de sus mentiras?

¿Cómo es posible que haya medios de comunicación que hayan dicho de una trabajadora del Ministerio de Igualdad que es la niñera de Irene Montero porque en un momento dado cogió en brazos a uno de los hijos de la ministra y se le hizo una foto con intención de manipularla? ¿Cómo puede ser que haya ciudadanos que creen a pies juntillas que Podemos ha sido financiado por Venezuela, a pesar de que hasta en una veintena de ocasiones se han archivado denuncias sobre una supuesta financiación irregular de la formación morada, y casi nadie sepa que Vox ha sido financiado por Irán, información confirmada por la propia formación ultraderechista?

¿Cómo es posible que haya periodistas como Ana Rosa Quintana, pero no únicamente, que ponen en duda o llevan a sus mesas de debate a contertulios que niegan las amenazas de muerte sufridas por el ministro del Interior, la directora de la Guardia Civil y el candidato de Unidas Podemos a la Comunidad de Madrid? ¿Cómo es posible que las asociaciones de la prensa no hayan salido ni una sola vez a defender el periodismo y únicamente hagan acto de presencia en beneficio del corporativismo rancio de una profesión que debería tener como único horizonte la defensa de la justicia, la democracia y los derechos humanos?

Es la hora de que la profesión periodística ponga pie en pared. El fascismo no es una ideología legítima, es la barbarie. El fascismo no es un argumento, es un crimen. No es un argumento decir que vas a expulsar a españoles de origen extranjero, es racismo. No es un argumento válido negar los derechos de las mujeres, es violencia. No es un argumento la homofobia o la transfobia, es odio. No es un argumento decir que los trabajadores deben cobrar poco y no tener derechos laborales, es esclavitud.

Periodismo no es publicar con comillas que “una manada de menas ha violado a una joven” de Madrid, sino averiguar si una joven ha sido violada y quiénes han participado. Periodismo no es publicar lo que otros digan, sino seleccionar y contextualizar lo que se dice. El periodismo gestiona un derecho fundamental y a través de los periodistas los ciudadanos forman sus opiniones políticas que luego se verán reflejadas en las urnas.

El periodismo tiene como función social y constitucional  la gestión del derecho a la información, el artículo 20 de la Constitución Española. Por eso, porque el mal ejercicio del periodismo degrada la calidad democrática, ha llegado la hora de que señalemos a los periodistas que ejercen de portavoces de los bulos de la ultraderecha. Sin periodismo no hay democracia. No es un eslogan. Si el periodismo no distingue la verdad de la mentira, lo que se viene se llama fascismo. 

Las mentiras no llevan comillas

Por

Raúl Solís. en LÚH

Comentarios