Casado exige a Sánchez que eche del gobierno a Iglesias

 

Pablo Casado le ha pedido a Sánchez la cabeza de Juan el Bautista como condición sine qua non para apoyar los Presupuestos Generales del Estado que están a la vuelta de la esquina. El Bautista no es otro que Pablo Iglesias, de modo que el líder del PP ya practica una suerte de política de Viejo Testamento que le lleva a manejarse como una especie de Salomé obsesionada con las cabezas de todos aquellos que le molestan. Si Pedro Sánchez, al principio, decía aquello de que no podría conciliar el sueño con el líder podemita en el Gobierno, lo del sucesor de Rajoy llega a la categoría clínica de paranoia, de obsesión, de manía enfermiza. Casado, por la noche y antes de meterse en la cama, antes de enfundarse el pijama de seda azul pepero con la gaviota bordada en hilo de oro, a buen seguro le hace el vudú al muñeco Pablito, pinchándole unas agujitas dolorosas, porque si no, no se queda tranquilo el hombre.

Lo que le sucede al siempre eterno candidato a la Moncloa es que, como todo buen intolerante a la democracia, es alérgico a la idea de que otro que no sea él pueda estar en el poder. Casado quiere un Gobierno a su medida, como a él le gustaría que fuera, sin rojos ni comunistas estropeando la gran fiesta neoliberal. El problema es que la democracia no es así. La democracia, antes que nada, es el arte de saber perder, aceptar la derrota y seguir trabajando honradamente por el pueblo. De ahí que cuando se dice que a Casado le afloran los tics antidemocráticos no sea ninguna exageración o hipérbole. El líder popular requiere, ordena, reclama que el Gobierno de España sea como él sueña, y si es necesario pedir cabezas que estorban se piden y a otra cosa. Qué poca elegancia, qué poco fair play y qué poco talante democrático.

Ahora es de esperar que Sánchez rechace la decapitación política exigida por el jefe de la oposición. Servirle a su rival, en bandeja de plata, la cabeza de su más estrecho colaborador (con coleta y todo) sería un suicidio político para el Gobierno de coalición. Nadie en su sano juicio puede pretender que Sánchez aplique la afilada guillotina a su vicepresidente sin que pase nada. Eso sería tanto como dinamitar el “Pacto del Comedor” entre socialistas y podemitas, el final del programa de izquierdas que en realidad no ha hecho más que comenzar, por mucho que la extrema derecha se conjure para abortar prematuramente el proyecto.

De modo que todo parece abocado a que, una vez más, el PP practicará la táctica del bloqueo institucional y no apoyará los Presupuestos más sociales de la historia de este país. España necesita más que nunca el acuerdo y el consenso de la mayoría de fuerzas políticas. Estamos en lo peor de la pandemia, el Estado de Bienestar se va al garete a consecuencia de la crisis, mientras el PP, en lugar de arrimar el hombro, sigue empecinado en la retórica barata, en el “trumpismo” estéril de nuevo cuño, en el tacticismo y el delirio de alcanzar el poder a cualquier precio. Por si había alguna duda, la portavoz popular, Cuca Gamarra, la cuca diputada que le ha movido la silla a la durísima Cayetana Álvarez de Toledo, provocando un terremoto de escala 9 en Génova 13, ya ha salido a la palestra para dejar claro que su partido “no tiene nada que hablar con un Gobierno de socialistas y comunistas”. Solo le ha faltado decir aquello tan elitista y sectario de nosotros con piojosos no vamos ni a tomar un café. Qué falta absoluta de sentido de Estado, qué mediocridad en el peor momento para la nación.

Ciertamente, lo de esta gente conservadora no tiene nombre. Sufrimos una derecha irracional y fanatizada que jamás trabaja a favor de obra y que solo piensa en no dejar títere con cabeza. Hoy a Casado le perturba la cabeza bolchevique de Iglesias, mañana pedirá la cabeza feminista de Montero o la de Echenique porque cuenta chistes malos. En eso se ha quedado el líder popular, en un machetero de la política ávido por cortar cabezas de turco, en un jíbaro del Parlamento que reclama la cabeza de sus rivales sin sentarse ni un solo minuto a charlar con ellos, ni a debatir o negociar sobre nada, ni a llegar a ningún tipo de acuerdo con aquellos que no piensan exactamente como él. Con gente como Casado España está irremediablemente perdida. A este paso nos va a hacer añorar a Fraga con todo su pasado franquista. El fundador de Alianza Popular al menos tuvo el decoro de defender a Carrillo aquel día del año 78, en el Club Siglo XXI, cuando tuvo el valor de dar la cara por él y enfrentarse a los ultras de Blas Piñar que pretendían reventar el acto. “Fue capaz de estar presente en mi conferencia y de presentarme con algunas palabras, lo que para él era cosa nada fácil. Yo me quedaría con ese recuerdo”, contó el líder comunista años después, en el funeral de Fraga. De haber estado allí, Casado hubiera pedido la cabeza de Carrillo. Eso fijo.

Casado pide a Sánchez la cabeza de Iglesias 

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