Es lógico que cada político se busque los colaboradores que mejor se ajusten a sus intenciones. Naturalmente uno tiene que buscar donde cree que se encuentran, en su mismo partido o en secciones afines. Porque sin un partido que respalde a un candidato, actualmente, en España, no se llega a ningún sitio. Mucho carisma debe tener, muy aceptado debe estar por la mayoría de la sociedad, y bastante apoyo deben prestarle los medios, que si detrás no cuenta con un partido y un equipo, no le servirá de nada. El carisma no se obtiene de la noche a la mañana, menos si es a la segunda elección que se presenta, y menos todavía si antes no ha tenido cierta relevancia en política o como benefactor social, sea del bando que sea, o si no ha aparecido en los medios como una estrella, un gran personaje que infunde confianza y atrae masas.
Carmena no es Tierno Galván, cuya pérdida recordamos estos días, aniversario de su muerte en 1986. También era mayor. Arrastraba tras de sí un currículum atrayente desde sus años de profesor universitario, perseguido y suspendido más de una vez por la dictadura. Fundador de un partido (el PSP) al que tampoco le fue mal en las elecciones (pero le faltaba el apoyo mediático, volcado en el PSOE), acabó de alcalde de la capital, cargo menor que él supo encumbrar, imprimiendo a su gestión un halo de dignidad, reconocido incluso en el extranjero. Que tenía carisma, nadie lo duda. Y personalidad. Se lo había ganado cada día. También formaban parte de su equipo, “chicos”, como él decía, muy alejados de sus intenciones de administrador socialista. Más de una vez le tentaron con que se presentase por su cuenta a la alcaldía, como ensayo de su paso a las generales, que no necesitaba de ningún partido y menos del PSOE. Era la época, reflejada en la subida de Felipe González al yate el “Azor”, del dictador. Por ese gesto y otras gestiones, Tierno empezó a acusar al PSOE de incoherentes, de que decían una cosa y hacían otra, mientras entraban en el nido de la corrupción. Ante las tentaciones de dejar el partido y marchar él por su cuenta, como le propusieron,“El Viejo Profesor” se reía, y contestaba que sólo lo haría cuando fuera para para presidir la III República.
Ni Carmena tiene ese carisma, ni tampoco Íñigo Errejón, por mucho que en su época universitaria haya pertenecido a grupos de izquierda. Es fácil luchar en democracia, que para eso es lo que es. Lo difícil es mantenerse en el partido cuando las papas queman, y no vienen tan dadas. Cuando te ves relegado a coprotagonista, o debes compartir y competir con otros que, aunque hayan llegado más tarde, están a pie de calle y mantienen sus principios y su lucha en las plazas, hay que poner buena cara. Errejón salió malparado, o al menos sin cumplir sus expectativas, en la segunda asamblea de Vista Alegre, y cada vez las discrepancias con Pablo Iglesias, su pareja fundadora de Podemos, han aumentado y se han ido distanciando. Y Podemos ha ido dando bandazos, y perdiendo simpatías.
No eran tiempos propicios, sabiendo la que desde Andalucía se nos viene encima. Carmena y Errejón, no han podido escoger peor momento. Si algo caracteriza a la izquierda, mejor dicho, las izquierdas, es que en torno al eje de la ideología central, socialista, humana y ecológica, caben muchas corrientes, e iniciativas, y lo único que hay que buscar es la confluencia para mejorar la sociedad.
A ambos, Manuela Carmena, por buscar gente afín a su idea municipalista, si es que la tiene, y a Íñigo Errejón, por pretender figurar como primus inter pares, que cree haber perdido, les puede salir el tiro por la culata. Y lo peor no es que les dé a ellos, sino que pueden destrozar, por mucho tiempo, una esperanza de izquierdas que había renacido en este país después del 15-M. Y todo por una pataleta. Ni ellos, ni el país, están para pataletas.
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